No me voy a meter con lo que representa Benedicto XVI. No me voy a meter con los numerosos jóvenes, que de buena fe, han llegado a Madrid para participar de esa jornada mundial de la juventud, pero deduzco que no pertenecen a las clases populares de los diferentes países porque dudo que los pobres tengan pasta para pagarse el viaje aunque una vez aquí, no les cueste demasiado al albergarse en parroquias, centros escolares, o polideportivos. No me voy a meter con las religiosas y religiosos jóvenes, que evidentemente se han desplazado desde lejanos puntos de la geografía mundial para este encuentro tras un voto de pobreza.
Con quien quiero meterme es con la Iglesia que insulta a quienes manifiestan su crítica legitima, con unos gobernantes que han traicionado el criterio de laicidad que se le supone al Estado Español, quiero meterme con quienes de forma directa o indirecta han consentido y animado una manifestación pública de lo que yo considero un anti testimonio.
Admito que puedo estar equivocada en mi juicio aun a pesar de reconocerme cristiana practicante, admito que me cuesta a estas alturas de mi vida escandalizarme de algo pero, también admito que cuando veo en los informativos la parafernalia y el costo económico y el esfuerzo humano de esta visita y a renglón seguido me llegan las imágenes de Somalia, siento un escalofrío. Algo no cuadra.
Quisiera saber que significa para esa Iglesia “organización” aquella frase que oíamos de “para mayor gloria de Dios”. Al parecer la mayor gloria de Dios estará estos días en Cuatro Vientos, para desgracia de los cientos, quizás miles de personas, que van a seguir muriendo por HAMBRE en Somalia.
La Iglesia tiene una buena doctrina social publicada, pero ¡qué poca práctica! Quizás sea una doctrina demasiado “roja” para que cuaje en una sociedad cada día más individualista y por ello, es mejor dejarla aparcada mientras se da rienda suelta a manifestaciones más propias de alguna súper estrella del rock.
Me gustaría que Benedicto XVI recordase que significa ser “pastor” y cuidase de que su rebaño fuera capaz de celebrar la ascensión a Jerusalén para celebrar la Pascua un día y de igual forma comprometerse a ser comunidad de Jesús toda su vida. Si así fuese, este encuentro mundial significara algo más que unas jornada de cantos, de buen rollo, de exaltación de la figura de Joseph Aloisius Ratzinger…significaría que una parte importante de esos miles y miles de jóvenes y no tan jóvenes, estarían dispuestos a trabajar por transformar este mundo injusto. Si así fuese, reconocería aunque no me guste, que la inversión habría merecido la pena, pero me temo que nuevamente va a ser que no.
Sinceramente lo siento, pero no creo que de estas jornadas ni Benedicto XVI, ni la inmensa mayoría de los que se agolpen en las celebraciones, vayan a transformarse en los profetas que den esperanza y fuerza a este mundo enfermo de injusticia, de falta de libertad y de desamor.